PERIODISMO
Los miró de reojo mientras recogía los dos sobres. Unos veinte añitos, tanto él como ella. No había timidez en ellos. No en esa generación. La habían cambiado por un punto de arrogancia, insolencia quizá, que también se justificaba por la edad, claro. Notó que el chico le miraba, y que parecía como si quisiera decir algo pero se mordiera la lengua. Sonrió para sus adentros. Seguramente le chocaba verle allí, junto a su mesa, debajo del enorme cartel de Prohibido Fumar, con el cigarro en la boca.
-¿Habéis trabajado en algo antes?
-No -respondieron al unísono.
-No me refiero en prensa, sino en general… Repartidores de pizzas, canguros, telefonistas… Algo.
-No, no -insistieron ambos, con cara de “somos casi licenciados universitarios, ¿sabes con quién estás hablando?”.
-¿Serían vuestras primeras prácticas?
-Sí -al alimón. La redundancia en las respuestas empezaba a tocarle las narices.
-Bueno….
Hizo una pausa dramática mientras se ajustaba la montura de las gafas. Siempre lo hacía cuando iba a decir algo que consideraba importante. También en las reuniones de ‘primera’, cuando se decidía qué temas debían ocupar la portada del periódico, y por las mañanas, cuando los jefes descuartizaban el diario, sección por sección, y criticaban esta o aquella noticia, o la foto del político de turno, o la cobertura del suceso del día. Cuando FernandoBé (firmaba así, Fernando B., nunca un mote tuvo un origen más simple) se ajustaba las gafas, los demás callaban. Cuarenta años en el oficio, desde los quince, le conferían la autoridad que otros acaparadores de cargos nunca tendrían. Empezó como aprendiz de cajista, luego linotipista y de ahí a reportero por su habilidad para manejarse en la calle. Todo lo que sabía de periodismo lo había aprendido pasando frío, leyendo a otros y escuchando. Sobre todo escuchando. Por eso cuando hablaba los demás callaban.
-Sabéis que las prácticas aquí no se pagan, ¿no?
-Pero en la Universidad nos dijeron… -empezó la chica.
-En la Universidad dicen muchas cosas. Nosotros no pagamos las prácticas -cortó-. No hay un duro. Y en el improbable caso de que consigáis un contrato, difícilmente os dará para poder pagaros el transporte y unas cervezas el fin de semana.
El chico torció el gesto. Ella todavía trataba de hilvanar la andanada de FernandoBé con lo que le habían dicho en la Universidad, en ese Centro de Colocación Interempresas tan rimbombante.
-¿Habéis pensado en qué sección os gustaría hacer prácticas? -les inquirió.
-A mí me gusta la política internacional. Hice un seminario de Relaciones Internacionales este año y…
-¿Y tú? -interrumpió FernandoBé al chico y se dirigió a ella.
-Yo preferiría Cultura.
-Ajá.
-Me gusta mucho el cine, sobre todo el norteamericano, no el español, claro…
-Lo más que vais a hacer aquí la primera semana es aprender a editar una noticia, quizá acudir a alguna rueda de prensa con algún veterano, y después redactar unos breves. Luego la gente empezará a irse de vacaciones y os quedaréis prácticamente solos, de curritos para todo -les explicó.
Los chicos se miraron sin saber muy bien qué quería decir con eso.
-Eso significa -prosiguió FernandoBé tras colocarse de nuevo la montura de pasta- que difícilmente tendréis un día libre entre julio y agosto. Si conseguís haceros con uno será un lunes o un martes, nada de fines de semana. Se entra tarde, quizá a las diez y media o las once, y se sale cuando se acaba, que en verano, y con el poco personal que somos y las tareas de Internet, viene a ser a partir de las once de la noche. Y por supuesto, ni se os ocurra pifiarla. Nadie os dirá nada, nunca, si hacéis bien las cosas, aunque quizá luego os llamen para colaborar con algún asunto. Pero si la pifiáis, preparaos, porque os las veréis conmigo.
-Pero en la Universidad nos dijeron que el convenio de prensa fijaba dos días libres a la semana, y que en septiembre habría días reservados para preparar los exámenes -protestó ella. Él ni eso. Se limitó a asentir a lo que decía su compañera.
-Bien, pues no es así. ¿Alguna pregunta más?
-…….
-Pues hasta otra. Si me perdonáis, tengo que seguir con una historia -dijo mientras les acompañaba a la puerta.
Cuando se hubieron marchado se sentó. Apagó el cigarro. Cogió los sobres con los currículos de los dos jóvenes estudiantes de Periodismo y abrió un enorme archivador. Dentro había dos cajas. Una casi vacía, con unos cuantos nombres apuntados en el primer folio. “Aprobados”, ponía. La otra, casi llena, esperaba a los dos sobres recién llegados. “Suspensos”, decía un cartelito.
Al otro lado de la mesa, el compañero de FernandoBé sonreía.
-A este paso no completamos el cupo de becarios -le dijo con sorna.
-Ya.
Cerró las cajas con una tapadera artesanal hecha con cartones. “Examen de vocación”, ponía.
-Quién sabe, quizá mañana.
NOTA DEL AUTOR. Lo siento, pero hoy tenía que hacerlo. Por un periodismo digno. Dedicado a quienes se sienten periodistas y a Asun García, que inspiró este relato sin ella saberlo.