Periodismo narrativo
Hacer periodismo, por malos que sean los tiempos, y siempre parecen serlo cuando se habla de este oficio, podría corresponderse con una definición muy simple: contar cosas que pasan o interpretarlas en su contexto. Hacerlo de un modo, además, que resulte comprensible y útil para quien accede a ese relato, audio, vídeo o formato periodístico, sea cual sea. Durante gran parte de la crisis del sector, relacionada con la evolución vertiginosa de la tecnología y el cambio de hábitos, escuché a muchos gurús achacar las culpas a «los medios», sobre todo a los impresos, que «no saben adaptarse» a los cambios. Dicho de un sector que creció a partir de la imprenta, aprovechó las rotativas, se imprimió sobre plomo y luego sobre planchas planas de offset, vio nacer al teléfono -no a móvil, al teléfono propiamente dicho-, a la radio, saludó el alumbramiento de la televisión y se abrazó al desembarco de lo digital.
En fin.
La locura digital trajo consigo un carrusel de pruebas, de ensayo-error, de fiebres que surgían al amparo de las modas. Había que hacer blogs. Luego había que tener presencia en las redes sociales. En un momento dado se volcaba gratis en bits todo lo que se cobraba en papel. Lo primero fueron las prisas. Luego había que cuidar el papel. Y así.
Ahora, los medios han vuelto en realidad a su origen. Hay que cobrar por la información. En la doble vía tradicional. Se cobra al lector por la información y se cobra al anunciante por los lectores que el medio es capaz de atraer. Y en ese círculo virtuoso resulta que siempre, siempre, el centro estuvo en la información. En contar e interpretar los hechos que ocurren mejor que los demás.
En los tiempos del vértigo, de la «sensación de estar informado» por consultar cuatro titulares-cebo en las redes sociales, un cierto tipo de público ha vuelto a demandar información bien hecha. Relatos completos y complejos. En Estados Unidos, The New York Times o Washington Post reforzaron sus plantillas con perfiles tecnológicos y herramientas, pero también con periodistas. Muchos periodistas. En España El País enriqueció su redacción con sus secciones de datos y de divulgación científica (Materia), capaces de crear contenidos de alto valor y, al tiempo, virales. Eldiario.es encontró un modo de ser rentable a través de la fidelidad de unos lectores que sentían que obtenían un valor añadido con su suscripción. Y publicaciones como Jot Down, Líbero, Panenka o Revista 5W, junto a editoriales como Libros del KO -y en cierto modo Libros del Asteroide- demostraron que había mercado para el periodismo profundo.
Un periodismo que se arraiga en algo que siempre fue.
Entre los referentes, cuando se habla de Periodismo Narrativo o Periodismo Literario, con mayúsculas, siempre aparece Gabriel García Márquez, como el reivindicado Rodolfo Walsh, el visionario Tom Wolfe. Sin embargo, ese Periodismo profundo, contextualizado, siempre estuvo. ¿Cómo no iba estar presente en un país en el que un periódico regional como El Norte de Castilla tuvo como directores a dos premios Cervantes, Miguel Delibes y José Jiménez Lozano?
La cuestión es si resulta posible apostar por ese periodismo profundo, bien escrito/contado, en medios locales con las plantillas diezmadas y acuciados por la crisis sobre crisis que asuela el oficio. Unos irreductibles galos creemos que sí. Y a través de este blog, poco a poco, voy a intentar demostrarlo.