Un periódico en tiempos de pandemia
Cada día, por la mañana, aparece ante nosotros en la pantalla del ordenador un planillo como este.

Eso son solo las páginas de una de las secciones de El Norte de Castilla, Alerta Sanitaria, en una edición, Valladolid. Hay otras en Segovia, en Palencia, en Salamanca. Hay páginas comunes que habrá que adaptar con informaciones de la redacción central de Vocento. Hay una sección, Actualidad, que hay que cubrir con «otras cosas que no sean coronavirus». Hay anuncios -gracias de corazón-, hay incertidumbre por el futuro y hay un edificio vacío, al que cada día acuden dos o tres personas para poder coordinarlo todo, mientras el resto trabajan desde casa o, como los fotógrafos, a pie de riesgo, en la calle. Hay comerciales, técnicos, distribuidores, quiosqueros, conserjes, personal de la limpieza, directivos, desubicados y acosados por la incertidumbre, como cualquiera.
Hay, había el jueves, por ejemplo, un enorme espacio de 56 páginas vacías. Para llenar cada una hace falta un promedio de, pongamos, 5.000 caracteres. Es decir, el equivalente a tres páginas de un libro de tamaño medio. Así que cada día debemos escribir una novela de actualidad de 168 páginas (pónganle unas cuantas arriba o abajo, tanto da). Al horror vacui pueden sumarle, ahora, el horror tempus fugit (no lo declino, no me acuerdo, pero vale así). Porque además hay que hacerlo para la edición impresa y llegar a la hora y, de paso, para una web que exige fluidez y precisión e impone un ritmo constante y machacón.
Estoy por jurar que si nos preguntaran qué deseo pediríamos en estos momentos, más allá de la paz en el mundo o el fin de la pandemia, seríamos tan prosaicos como esto: «Desinstalar el whatsapp para siempre«.
El zumbido, porque con el sonido puesto es insufrible, es constante. Información que llega por todos sitios, grupos institucionales (Diputación, Junta, Ayuntamiento, Delegación del Gobierno), el del periódico, creado para la intendencia de la crisis, compañeros que piden o dan un contacto, fuentes que te preguntan o te cuentan, amigos y familiares a los que «dejas en visto», como dicen mis hijas preadolescentes.

Y se le añade el correo electrónico, claro. Y las redes sociales. Y las llamadas, ojo, que también para eso sirve un móvil.
Cada cual se organiza en función de su tarea. Alguno come casi al teclado para ganar algo de tiempo libre por la tarde. Otro madruga para adelantar llamadas y centrarse luego, solo, en escribir.
En mi caso intento ganar un hueco de paz a primera hora de la mañana, mientras desayuno, aunque últimamente las tostadas con aceite no se sirven ya con un capítulo de Billions, sino con una ración de telediario matutino para ir cogiendo el tono.
El reparto de los temas llega la noche antes por correo para que todos sepamos en qué estamos, pero el día suele descomponer muchas de las previsiones. Me encargo de los «directos» de la web en las ruedas de prensa de la Junta, luego suelo elaborar la noticia que corresponda, aunque también se ponen a ello Ana, Susana o Ángel, si son de su ámbito, y después debo redactar, hasta nueva orden, la crónica diaria de resumen de la situación en Castilla y León, con novedades relevantes en España, si las hay.
Leo. Leo mucho. Y escucho. Y pregunto. Busco información, datos, opiniones de expertos. A través de ellos llego a estudios en inglés, a páginas de universidades, a cualquier lugar del que pueda extraer el dato que buscaba o la confirmación de otro. Y luego intento encontrar el hilo que me permita cuajar el texto. Nunca había revisado tanto los textos como ahora. Los releo mientras los hago. Los releo al acabar. Los releo al subirlos a la web y los modifico entonces, si es preciso, para volver a entrar en el sistema después y modificar también el de la edición impresa.
Para cuando quiero rematar, cada día, el planillo ya está lleno. O casi. Me parece increíble. Y empiezo a revisarlo, primero por encima. Y luego dejándome llevar a algunos artículos. La necrológica de una víctima (qué importante es ponerle cara a los negros y fríos números), el papel heroico de una enfermera, los ERTE que asustan, el florista que reparte color en el hospital, los músicos de balcón contra el aislamiento. Pienso «¡qué periodicazo!». Y me asombra que sea así, en estas circunstancias, cada uno en su casa, sin el espacio común de la Redacción en el que normalmente hierven las charlas, las risas y la tensión de la última hora. Y me emociona tanto que a veces envío un whatsapp lleno de exabruptos positivos y ánimos a un compañero, o a mi jefa, y me pongo blandurrio, porque tengo la sensación de, al menos en algo, ser útil en medio de este guantazo imprevisto que nos ha trastocado.

Observo el planillo repleto de historias, de información, y cierro el ordenador. Mañana, al abrirlo, volverá a estar vacío. Y vuelta a empezar.