Los bulos: por qué surgen y por qué nos los creemos
Charla para el Instituto Zorrilla, 19 de noviembre de 2019
El contexto. Por qué son posibles los bulos.
Los bulos han existido siempre. Svetlana Alexievich, premio Nobel de literatura, cuenta en ‘Voces de Chernóbil’ cómo el gobierno ruso trató de ocultar los verdaderos efectos del desastre nuclear.
“De pronto empezaron a aparecer esos programas por la tele. Uno de los temas: una mujer muñe una vaca, lo echa en un bote, el periodista se acerca con un dosímetro militar y lo pasa por el bote. Y le sigue el comentario siguiente: “Ya ven –te vienen a decir–, todo es completamente normal”, cuando en realidad se encuentran a solo diez kilómetros del reactor. Te muestran el río Prípiat. La gente bañándose, tomando el sol. A lo lejos se ve el reactor y las volutas de humo que se alzan sobre él. Comentario: como pueden comprobar, las emisoras occidentales siembran el pánico, difunden descarados infundios sobre la avería. Y de nuevo con el dosímetro: ahora junto a un plato de sopa de pescado, luego con una pastilla de chocolate, y después sobre unos bollos en un quiosco al aire libre. Era un engaño. Los dosímetros militares de los que entonces disponía nuestro ejército no estaban preparados para medir alimentos, solo podían medir radiación ambiental. Un engaño tan increíble, semejante cantidad de mentiras asociadas a Chernóbil en nuestra conciencia, solo había podido darse en el 41. En los tiempos de Stalin”.
La manipulación masiva a través de los medios de comunicación era una opción en casos en los que esos medios son propiedad de un gobierno autoritario, por ejemplo, o existe una censura fuerte. Ocurre que cuando los ciudadanos toman conciencia de la existencia de esa censura buscan el modo de informarse por medios alternativos. Sospechan, desconfían del discurso oficial y por tanto el efecto de esa manipulación masiva se resiente.
Hoy en día, en un país como Estados Unidos, resulta inviable imponer esa censura y ese discurso único. Es cierto que los medios tradicionales están mediatizados por sus propios intereses –económicos, empresariales, ideológicos– pero hay un amplio abanico de opciones. Donald Trump, por ejemplo, desprecia al New York Times, crítico con su gestión, pero es fan de Fox, el canal más conservador.
Así que la manipulación trata de ser efectiva por otros caminos.
Un dicho común desde que Internet se hizo realidad es que los datos son el nuevo petróleo. Los datos tienen valor. Tanto, que los gigantes de Internet nos ofrecen decenas de servicios gratuitos a cambio de ellos: correo electrónico, almacenamiento en la nube, canales de vídeo, aplicaciones para conectarnos con nuestros amigos y familiares, mensajería instantánea, multivideoconferencias…
Si indagamos en qué saben Facebook o Google de nosotros, por ejemplo, puede que nos llevemos una sorpresa.
Partamos de Google, por ejemplo.

Iniciamos sesión y pinchamos en “Gestionar tu cuenta de Google”.
Eso nos abre un sinfín de opciones repletas, a su vez, de pequeñas pestañas y decisiones que debemos tomar en relación con la seguridad de la cuenta, la actividad, la privacidad…

Google registra, por ejemplo, todas las ubicaciones de nuestro teléfono Android, con lo que guarda cada movimiento que hemos hecho a lo largo de los diferentes días. Así, crea un listado con lugares que visitamos frecuentemente, comercios, bares, si hemos ido en coche o a pie, cuánto tiempo hemos permanecido en ellos…
El siguiente pantallazo pertenece al 19 de mayo de 2019, día en que me encontraba cubriendo la caravana del PSOE regional durante la campaña para las elecciones autonómicas del 26M.

No solo informa de los lugares en los que he estado, sino también a qué hora he salido y a qué hora he llegado, cuánto tiempo he estado en un lugar concreto. Por ejemplo:

En este lugar se celebró el primer mitin del día, de Luis Tudanca, en Zamora. Permanecí allí dos horas.

Más tarde, pasé 21 minutos en una gasolinera. ¿21 minutos? ¿Cómo es posible? ¿La estaba atracando? Pues no. Simplemente esperaba al coche de Tudanca para subirme en él y que su jefe de prensa llevara el mío hasta Toro, porque la entrevista pactada para las elecciones solo podía realizarse en ese trayecto corto entre Zamora y Toro, donde iba a tener lugar una comida-encuentro con afiliados, alcaldes y concejales del PSOE en la provincia de Zamora.
Ya en Salamanca, Google registra todos mis movimientos, tanto en coche como a pie, así como las horas y el tiempo de permanencia.

Con toda la información que tiene de mis hábitos, más las búsquedas que realizo, los correos electrónicos que envío y recibo –incluido spam–, el uso que hago de Drive o de Youtube (incluso el que hacen mis hijas cuando utilizan mi tableta), así como todos los demás datos que puede recopilar sobre mí, Google infiere que me interesan una serie de temas:

Imaginad ahora que utilizamos un método de pago asociado a Google (como Google Pay). No solo sabría cuándo hemos estado en un comercio, sino cuánto hemos gastado, por ejemplo.
Parecida táctica utilizan otros servicios. Apple y Amazon almacenan miles de datos sobre nuestros hábitos de consumo.
¿Y Facebook?
Facebook no es solo Facebook. Es Whatsapp, que compró en octubre de 2016. Es Instagram, que adquirió en 2012. También es Face.com, compañía que absorbió en 2012 y que se dedicaba al reconocimiento facial en las fotos. Y Atlas Advertiser, que indaga en los gustos de los usuarios y los conecta con las empresas que venden productos que encajan con esos gustos. Hay muchas más, pero todas están enfocadas a lo mismo: adquirir cada vez más conocimientos sobre sus usuarios.
Esos usuarios permiten que Facebook conozca todo de ellos. Puede interpretar sus comentarios y sus “me gusta” y otras reacciones, ponerlo en contexto con lo que sabe de sus amigos en la red social y con sus aficiones, sus viajes, los contactos de Whatsapp… Analiza con algoritmos millones de datos que tú le ofreces y deduce, con más certeza que tú mismo, tus opiniones sobre los inmigrantes, la homosexualidad, los vientres de alquiler…

En esta pestaña puedes comprobar qué guarda de ti Facebook. Te sorprenderá, si no has tocado las condiciones de privacidad o seguridad, que haya guardado todas las fotos que has hecho con el móvil, las hayas subido o no a la red social. Sabe qué has buscado en cada momento.

Sabe, también, qué productos querías, almacena todos los vídeos que has visto dentro de la plataforma. Tus interacciones de voz (y no solo las del móvil, recuerda que Google tiene a Home; Amazon a Alexa y Echo; Apple a Homepod con Siri, y que están empeñados en meter esos aparatos con micrófono en nuestras casas). El reconocimiento facial le sirve a Facebook para detectarnos cuando alguien sube una foto en la que figuramos, aunque sea de refilón.

Después de todo esto, volvemos al principio. Las empresas tecnológicas tienen todos estos datos de nosotros. Más datos cuanto más grandes son esas empresas. De acuerdo, pero, ¿y qué relación tiene todo esto con los bulos? Pues la tiene toda.
Puede que te suenen las palabras ‘Cambridge Analytica’, aunque quizá no sepas muy bien de qué. Recordarás que Zuckerberg fue a juicio, que alguien dijo o insinuó que Donald Trump no hizo una campaña precisamente limpia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016.
En este reportaje de la BBC tienes las claves más completas, pero en resumen, Cambridge Analytica utilizó uno de esos juegos habituales en Facebook, un test de personalidad, para obtener el permiso de los usuarios para acceder a sus datos y a los de sus contactos. Entre esos datos y los obtenidos por el test, Cambridge Analytica, que se dedica entre otras cosas a las campañas electorales, consiguió saber de qué forma llegar a los votantes norteamericanos. Y no a unos pocos. A 50 millones de ellos.
Y ahí es donde entran en juego los bulos. Resulta muy complicado que un votante demócrata convencido apoye a Donald Trump, un republicano del ala más conservadora de su partido. Por tanto, el objetivo no es convencer a ese demócrata de que vote a Trump, sino desmotivarle para que no acuda a votar a los suyos. Aquí tienes algunos de los que más se difundieron, entre ellos el presunto apoyo del Papa Francisco a Trump. Raúl Magallón, autor del libro ‘Unfaking news’, contaba en el podcast Acampañados de El Norte de Castilla que “a los demócratas negros de Estados Unidos les comenzaron a llegar unas declaraciones poco afortunadas de Hillary Clinton en los años 90 sobre la comunidad negra cuyo objetivo era que no fueran a votar a los demócratas”.
Es cierto que existen discrepancias sobre la relevancia final de esos bulos y su incidencia en el resultado final, pero lo cierto es que en campañas como la del Brexit o incluso en las últimas elecciones nacionales en España las noticias falsas han sido multitud.
El viernes 8 de noviembre, antes del día de las elecciones y a punto de comenzar la jornada de reflexión, en la que teóricamente se prohíbe la difusión de mensajes políticos, algunas de las etiquetas más utilizadas en Twitter hacían referencia a un pucherazo de Pedro Sánchez. El sistema para difundir esto empieza a ser habitual. Una legión de cuentas falsas, con bots que repican automáticamente una serie de mensajes determinadas, empieza a difundir el bulo. “Todos los partidos utilizan bots”, contaba la investigadora de la Universidad de Valladolid Dafne Calvo en este otro podcast.“Los bots políticos son aquellos que nacen con un interés partidista o político concreto, que pueden hacer el boicot a un candidato determinado, o marcar agenda creando debates que interesan a la gente que los programa, o puede ayudar a visibilizar y dar importancia a una cuenta concreta, siguiéndola o retuiteando sus mensajes». Pueden convertir en tendencia una etiqueta, por ejemplo. O anegar la red de ruido para tapar otros mensajes. Suman ‘retuits’ a mensajes de políticos determinados.
“Los bots facilitan los procesos de desinformación, porque ayudan a la viralización de los bulos, pero además, al cruzarse con perfiles segmentados, son capaces de orientar estas noticias partidistas y polarizadas hacia las personas que son susceptibles de creérselas”, añade Dafne Calvo.
En este caso, además, se añade otra variable a la ecuación. Si acudimos a Twitter podemos detectar con facilidad qué cuentas y de qué tipo están hablando sobre el presunto “pucherazo de Pedro Sánchez”. Pero hay lugares en los que no podemos adentrarnos si no tenemos invitación. Esto es: grupos de Whatsapp, páginas cerradas de Facebook… Lugares en los que la difusión de bulos se hace a espaldas de cualquier ojo crítico. Es cierto que hay quienes denuncian este tipo de páginas y que se cierran, pero también es verdad que volver a reabrirlas, o inaugurar otras similares, es igualmente sencillo.
Por otro lado, los algoritmos juegan en nuestra contra. Un caso que lo ejemplifica es el de los vídeos que tratan de demostrar que la Tierra, en realidad, es plana y no esférica, y que todo obedece a un supuesto complot universal –no se sabe con qué fin, eso sí– para engañarnos. Un tal Oliver, con 400.000 suscriptores en su canal de Youtube, es uno de los propagadores de estas tesis, e incluso se ha animado a escribir un libro sobre el tema. Sus teorías se desmontan fácilmente con unos mínimos conocimientos, pero el lenguaje que utiliza, las imágenes y los argumentos pueden resultar convincentes para un profano con pocas ganas de buscar explicaciones. Si ves sus vídeos y te suscribes a su canal, pronto empezarás a recibir sugerencias de otros vídeos similares que, a su vez, te conducirán a más contenidos de la misma índole. De ahí te derivarás a grupos de Facebook sobre la Tierra plana, y el algoritmo de Facebook identificará que esos son tus gustos y te mostrará cada vez más comentarios, posts y vídeos sobre ello.
Tienes algunas reflexiones curiosas sobre los algoritmos en este vídeo TED de Kevin Slavin, ‘Cómo los algoritmos configuran nuestro mundo’.
La detección de bulos: estamos solos en esto
Facebook se enfrentó a multas, pidió disculpas, prometió mejorar la privacidad y se fustigó con un público “por mi culpa, por mi gran culpa”, pero lo cierto es que sigue recopilando cada vez más y más información sobre nosotros. Igual que Google, que Apple, que Amazon. Que todas las plataformas para las que nuestros datos son dinero. (Aquí tienes otro vídeo interesante, de una socióloga, Zeynep Tufecki, sobre cómo se manipula a través de la recolección de datos:)
Así que los bulos seguirán existiendo y depende de cada uno de nosotros combatirlos. Con algunas recomendaciones:
- Pensar antes de compartir. Un bulo que recorrió Facebook y Whatsapp tras las elecciones del 28A, cuando el PSOE se hizo con el triunfo, tenía que ver con la misteriosa desaparición de 1,5 millones de votos. El bulo en cuestión decía:
“El censo publicó que las personas con derecho a voto eran 36.893.976 personas, de las cuales también es oficial que votaron el 75,75% de las personas censadas con derecho a voto, lo cual daría un total de 27.947.186 (entre los cuales se incluyen los votos en blanco y nulos. Pero es que sin embargo, pese a confirmar que el número oficial de personas con derecho a voto era de 36.893.976 personas, y pese a decir también de forma oficial que hubo un 75,75% de votantes totales, sin embargo la cifra oficial (y manipulada) que nos mienten que votaron es de 26.361.051 personas. Es decir, hicieron desaparecer 1.586.315 votos”.
Aquí se suele añadir esa frase tan recurrente de “esto no lo verás en los medios”.
Casi esa frase podría valer por sí sola como detector. En un país con medios de derechas, de izquierdas, nacionales, locales, digitales y de todo tipo, si no lo ves “en los medios” es en un 99% de los casos porque no es cierto. Como en este caso.
El bulero que publica esto obvia que hay dos censos: el definitivo, que incluye el listado de españoles residentes ausentes (voto CERA), y el que se utiliza para extraer los datos de participación de la jornada electoral, que es el censo definitivo menos el censo CERA. Ese voto de los residentes ausentes se contabiliza en los días posteriores y se añade a los resultados definitivos que se publican en el Boletín Oficial del Estado. Como suele ser minoritario, la participación definitiva baja bastante respecto a la obtenida el día de las elecciones. Si se aplica el porcentaje de participación del censo provisional al censo definitivo, el número de votos es mayor que el real. De ahí esa supuesta desaparición de votos.
Antes de compartir un contenido, reflexiona. ¿No he visto nada de esto en ningún otro sitio, salvo en mensajes similares? ¿Apela a los sentimientos, a la acción, al ‘no permitas que nos engañen’? ¿Va contra ‘los otros’, los que piensan diferente a ti, quizás? ¿Utiliza números, cifras y aseveraciones contundentes sin enlazar la fuente de la que salen? Si tienes dudas, o no dominas el tema del que habla, busca información en alguna fuente fiable. Y ante la duda, no compartas. No hay por qué correr para ser el primero en compartir. Y mucho menos para ser el primero en meter la pata.
- Frenar los bulos. Si te llega un mensaje por Whatsapp o Facebook que resulta claramente tendencioso o llamativo, desconfía. Puedes buscar la imagen en Google fotos, para ver si es cierta, acudir a las fuentes autorizadas (interactuar con cuentas de @policia o @guardiacivil o @policiaVLL en Twitter, por ejemplo).
Hace poco más de un año se supo que en México una multitud aterrorizada por un bulo de Whatsapp sobre unos presuntos secuestradores de niños creyó haber identificado a estos criminales. Los quemaron vivos y lo grabaron y retransmitieron con sus móviles, eufóricos por el triunfo de la justicia del ojo por ojo. Solo que no eran criminales. Eran un albañil y su sobrino tomándose un descanso con su furgoneta cerca de un colegio.
Ante la duda, mejor no compartir. No reenviar. Y si es posible identificarlo como bulo, intervenir en el grupo de Whatsapp o contárselo al contacto que nos lo ha remitido. O denunciar a Facebook para eliminar la página.
- Acudir a verificadores. Cada vez es más habitual la presencia de ‘fact checkers’, comprobadores de hechos, que tratan de frenar la difusión de estos bulos. Tienen web propia, cuentas en Facebook o Twitter, y cuentan con números de Whatsapp en los que reciben las dudas de los ciudadanos.
Maldita.es es uno de los más importantes en España. Julio Montes contaba que tuvieron que salir a desmentir en su momento un bulo que parecía increíble: afirmaba que en Brasil había un insecto cuya picadura dejaba embarazadas a las mujeres. “Si un bulo se expande es porque alguien se lo está creyendo”, decía Montes.
También está Newtral, y agencias de noticias como Efe han incorporado una pestaña de verificación a su web.
- Ojo a los momentos ‘especiales’. Una jornada de reflexión, la votación en unas elecciones o los incidentes en Cataluña son momentos en los que los bulos se multiplican. Maldita.es detectó sesenta bulos el último fin de semana de las elecciones generales del 10N. Algunos ya eran viejos y volvían a brillar de nuevo.
En resumen, el mejor modo de luchar contra los bulos es utilizar el pensamiento crítico. No confiar en lo primero que nos llegue por mucho que quien lo comparta pueda ser una persona de nuestro círculo más cercano, un amigo o un familiar.
Y es que dentro de las teorías de la información hay dos que explican por qué nos gustan ciertos bulos y por qué somos proclives a creérnoslos.
Una de ellas es la teoría de los usos y gratificaciones. En resumen, dice que tendemos a confiar en un determinado medio de comunicación, por ejemplo, porque nos satisface. Coincide con nuestra ideología, por ejemplo, y eso nos ‘gratifica’. Del mismo modo actúan las redes sociales. Los ‘me gusta’ nos reconfortan y reafirman nuestra manera de pensar.
Otra teoría es la espiral del silencio. Si la mayoría parece pensar de una determinada manera, quienes opinan de otro modo tienden a guardar silencio para no convertirse en la nota discordante. Llevado a las redes sociales, de nuevo, si es tendencia la crítica a un cantante, no nos posicionaremos a su favor salvo que seamos presidentes del club de fans y lo ponga en nuestra bio.
Ambas cuestiones se unen en las redes sociales y nos llevan a lo que Eli Pariser llama ‘el filtro burbuja’. Empiezo a seguir solo a aquellas personas que piensan como yo, bloqueo aquello que me disgusta porque contraviene mis ideas y poco a poco creo un ecosistema que reafirma continuamente mis creencias y me radicaliza en ellas. Si a eso le uno el funcionamiento de algoritmos como el de Youtube, que me recomiendan continuamente vídeos similares a los que ya he visto y me han gustado, mi burbuja es cada vez más cerrada hacia el exterior. En ese contexto, sucumbir a los bulos es muchísimo más sencillo.
Los bulos que vienen: Deep fakes
La tecnología juega en nuestra contra. Lo siguiente en llegar al mundo de los bulos serán los llamados ‘Deep fakes’. Es una tecnología capaz de colocar la cara de una persona sobre la de otra en un vídeo, asimilando sus gestos y hasta su voz con la ayuda de la inteligencia artificial. Algunas series con contenidos distópicos ya han mostrado algunos de los dilemas éticos que se pueden producir (The Blacklist, temporada 7, episodio 6, Dr. Lewis Powell).
La primera industria en producir esos contenidos ha sido la del porno, cambiando caras de actrices porno por rostros de famosas, lo que ha llevado ya a la interposición de denuncias por atentar contra el honor de estas mujeres. Según este artículo de eldiario.es, el 96% de los Deep fakes que circulan por la red son de este tipo.
La industria del cine puede ser la siguiente. Circula un vídeo de Taxi Driver, con la legendaria escena de Travis Bickle ante el espejo, en el que Al Pacino replica exactamente los gestos del verdadero protagonista, Robert de Niro. ¿Cuánto tardaremos en ver estrenos con Charlie Chaplin como protagonista? ¿O con Marilyn Monroe? ¿Quién cobrará por esos trabajos? Los dilemas éticos que se presentan son casi incontables.
Los bulos políticos, sin embargo, van a ser el gran objetivo de esta tecnología. Permiten poner en boca de Donald Trump, Barack Obama, Pedro Sánchez o Pablo Casado frases que nunca han dicho, con un realismo tan grande que resulta complicadísimo detectar si es cierto o no.
Por ahora, la tecnología no es del todo perfecta. Se pueden apreciar distorsiones cuando el movimiento es muy rápido, o si el protagonista del vídeo fuma, bebe, come o se lleva las manos al entorno de la boca. Sin embargo, es cuestión de tiempo que la herramienta se perfeccione y acabe por hacer imposible que se pueda diferenciar un vídeo auténtico de uno falso. ¿Y qué haremos cuando en las próximas elecciones, en la jornada de reflexión, nos llegue un bulo en forma de vídeo con Pedro Sánchez diciendo que si sale elegido presidente se proclamará emperador vitalicio de España y derogará la democracia? Y tú, ¿te lo creerás y lo compartirás o contribuirás a acabar con el bulo?