EL ENTIERRO
Al entierro de su juventud acudió puntual la Macroeconomía, con un vestido negro con hipotecas bien ceñidas, ipecés desmesurados y recortes impúdicos en el escote. Le acompañaban la Mala Salud, con sus ostentosos achaques de tos, y las Preocupaciones.
En medio del luto, cabizbajo, metió las manos en los bolsillos. Sus dedos acariciaron algo. Al instante reconoció los bordes irregulares de metal y el fondo doblado. La sacó despacio, como con vergüenza, y miró de reojo, pero no le hacía falta echarle un ojo para saber que lo que había en su mano era su vieja chapa de Bernard Hinault, con la que se había convertido en invencible en los recreos del colegio.
Con una sonrisa, y apretando con fuerza la chapa en el hueco de la mano, se arrancó la chaqueta negra de luto y, tras hacer una reverencia a las plañideras, les soltó un contundente corte de mangas antes de hacer mutis por el foro.