Articulista opinador
Cuando me cobijaba en aquel piso de estudiantes destartalado, con tuberías sin presión y un teléfono de rueda con candadito, los periódicos caían por casa con cierta frecuencia. Un día lo compraba uno, otro día lo cazaba otro en el vestíbulo de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Y buscábamos en ellos nombres que nos gustaban, sobre todo, por su estilo. En mi caso Manuel Hidalgo, Juan José Millás y sus hipocondrias y onirismos. Todos apostábamos por Francisco Umbral, a veces por Raúl del Pozo. Las crónicas de toros de Joaquín Vidal, las de fútbol de Santiago Segurola. Mucho más tarde, Manuel Alcántara. Casi todos con un oficio común: columnistas.
Incluso, en una de las asignaturas de Redacción Periodística, una profesora algo confusa quizá respecto al papel que nos tocaría desempeñar al acabar la carrera nos ‘enseñó’ (con todas las comillas que tipográficamente sea posible colocar) a escribir editoriales, nada menos. 22 años después de comenzar mi carrera aún no he redactado ninguno.
Ser columnista era lo más. Era poner tu firma por delante, ser el referente, el opinador por excelencia. Tenían su hueco reservado, privilegiado, en la redacción se preguntaba «¿ha llegado ya ‘el Umbral’?» o «¿tenemos ‘el Alcántara’?», porque sin ellos no estaba su página completa, contara lo que contara la letra gorda de al lado.
De aquella admiración tempranera quedó el rescoldo, porque al fin no se siente uno menos periodista por no ser articulista, ni mucho menos. Sin embargo, cuando Teresa García Fueyo, una de mis ‘jefas’ respetadas desde hace muchos años, me dijo que iba a proponer que me ocupara de ese rinconcito de pronto huérfano de los domingos, me entró un tembleque de novato. ¿Y qué hago? ¿Qué pongo? ¿De qué hablo? Y lo más peliagudo, ¿pero cómo voy a ejercer yo ahora de opinador, si cada año que pasa tengo más dudas y menos certezas?
Van ya 21 articulitos de esos fijos -ya hubo otros en Deportes, un par de ellos sueltos por algún tema concreto, pero solo escarceos- y al releerlos siento, al menos, la satisfacción íntima de haber escrito lo que pienso y haberlo hecho con todo el respeto a la cabecera que me da la oportunidad y a los posibles lectores. Así que seguiré ahí, hasta que me dejen, defendiendo mi trocito con letras y blancos y soñando, como hace 22 años, con el siguiente reto. Quién sabe, igual un día redacto un editorial.
Algunos de los artículos publicados (requiere suscripción):