Me pone un idioma fileteadito, por favor
Ahí lo tienen. En una carnicería del barrio de Parquesol, en Valladolid, cuyo nombre omitiré, luce este cartelito. Un montón de carne picada en un bol. A un precio, digamos, acorde con los tiempos. Pero ojo. Usted no va a comprar simple carne picada. No, no. Por su dinero le van a dar, nada más y nada menos, un kilo de deliciosa y extraordinaria «burger meat» que es mucho más. Concretamente, esta añade un toque grotesco (quizá debería decir ‘kitsch’, que lo admite la RAE), hortera y presuntuoso (¿ponemos «presuntamente cool«?
Debe ser alguna estrategia de mercadotecnia (perdón, quise decir marketing), de esas que recomiendan a los productores poner palabras en inglés en cualquier eslogan, o en francés si el anuncio va a ser de colonia, ya saben, «Lulú sé muá» y cosas así. Y este carnicero, además de picar la carne, ha decidido filetear el idioma que le sirve para atender a los clientes y convertir el filete ruso de toda la vida, esa albóndiga aplastada en un ataque de ira, en una hamburguesa al estilo «american güey of laif«. ¿Que quieres carne picada? Qué basta eres, hija, yo compro burger meat, que es lo más cool de lo in, lo que se lleva en «yuesei«, creo que a Obama se la pica un pollo, vaya, quiero decir que se la prepara un mayordomo. Luego le pone un poco de onion y la hace a la barbecue. Él no, claro, el mayordomo de antes. ¿Dije mayordomo? Bueno, el personal assistant.
Pues muy bien, oiga. Pero vamos, que con un huevo, pan rallado, sal, perejil y un diente de ajo picadito, hecha bolas y pasada por harina, se fríe, se le añade un poquito de salsa de tomate y lo que sale, burger meat o no, es una cazuela de albóndigas de toda la vida.